DATOS CURIOSOS JONH TYHDALL
Medio siglo después, el médico
escocés Alexander Fleming redescubrió el mismo antibiótico y lo llamó penicilina. Ahora se sabía
cuál era el papel de las bacterias en las enfermedades infecciosas, pero una
creencia muy difundida entre los médicos sostenía que no era posible matar a
los microbios que se encontraban dentro del cuerpo humano. Así fue como Fleming se dedicó a investigar otras cosas y el uso masivo
de la penicilina se demoró otros quince años.
Mientras tanto, los soldados
aliados que participaron en la Segunda Guerra trataban sus heridas con
sulfanilamida, un antibiótico artificial descubierto en 1932 por el médico
alemán Gehrard Domagk, un discípulo de Paul Ehrlich que, como su maestro,
buscaba una “bala mágica” para matar a las bacterias sin intoxicar a las
personas.
Domagk trabajaba para la compañía
alemana G. Farben, cuando descubrió que el protonsil, una tintura
roja descartada por la industria textil, curaba a los ratones infectados con
ciertas bacterias. Domagk reconoció la importancia del descubrimiento y
enseguida se le presentó la oportunidad de probarlo en una persona. Una
oportunidad con la que Domagk seguramente habría preferido no contar, porque la
persona en quien probó el protonsil fue su propia hija. La jovencita tenía una
infección que ningún tratamiento había podido controlar y los médicos ya
estaban dispuestos a cortarle un brazo para salvarle la vida.
Hoy resulta impensable aplicar
una droga a una persona sin investigar sus posibles efectos adversos, primero
en animales de laboratorio y luego en seres humanos. Pero en los tiempos de
Domagk no existían leyes ni reglamentaciones que exigieran tales estudios. Lo
que hizo Domagk fue un acto desesperado e irresponsable. También fue increíble
su suerte, porque la droga detuvo la infección y su hija se recuperó en poco
tiempo.
Posteriormente se descubrió que
el verdadero antibiótico no era el protonsil, porque el metabolismo animal lo
transforma en sulfanilamida y es esta molécula la que mata a los
microbios. A difundirse esta información, otros investigadores se dedicaron a
modificar la estructura química de la sulfanilamida. Querían encontrar
sustancias con mayor espectro de acción antibiótico y nuevas propiedades
medicinales (la sulfanilamida sólo era efectiva contra algunas bacterias). Así
nacieron las sulfamidas, la primera familia de antibióticos sintéticos usados
para detener las infecciones bacterianas en los humanos.
En 1939, por el descubrimiento de
la propiedad antímicrobiana del protonsil, Domagk fue honrado con el premio
Nobel de Medicina. Un reconocimiento que no pudo disfrutar, ya que Hitler le
prohibió aceptarlo (todavía estaba furioso, porque cuatro años antes le habían
otorgado el Nobel de la Paz al periodista alemán Karl von Ossietzky, un
apasionado Opositor del nazismo). Después de la Segunda Guerra, Domagk reclamó
el premio y recibió el reconocimiento. Del dinero que le correspondía no vio ni
un billete. Habían pasado casi diez años y le dijeron que ya no tenía derecho a
reclamar la compensación económica.
Treinta
litros perdidos : A mediados
de la década de 1930, la sulfanilamida era fabricada en los Estados Unidos por
la empresa Massengill. Se vendía en forma de tabletas y como polvo inyectable,
pero la empresa quería fabricar un jarabe, porque la mayor parte de los
consumidores eran niños y darles de beber el medicamento sería más fácil que
hacerles tragar las tabletas o darles un pinchazo. Para desarrollar una
presentación líquida había que buscar un buen solvente, porque la sulfanilamida
no se disuelve en el agua.
En 1937, el químico Harold
Watkins, empleado de Massengill, descubrió que la sulfanilamida se disolvía muy
bien en dietilenglicol, una sustancia de sabor dulce, usada como humectante
industrial y anticongelante.
Watkins preparó un jarabe que
contenía 100% de sulfanilamida y 720% de dietilenglicol, le añadió sabor a
frambuesa y un colorante rojo para que nadie lo confundiera con otra bebida. La
nueva presentación líquida fue bautizada Elixir de Sulfanilamida.
En septiembre, Massengill
distribuyó más de 600 botellas del producto en farmacias de todo el país y
repartió otras tantas entre sus representantes comerciales y otros
profesionales de la salud.
En menos de un mes, varios
médicos descubrieron que el Elixir de Sulfanílamida estaba matando a la gente.
Al recibir informes que advertían del peligro, la Asociación Médica Americana
se comunicó con las autoridades de Massengill y les preguntó cuál era la
composición del elixir.
La Universidad de Chicago recibió
una muestra del producto para evaluar su toxicidad en animales de laboratorio.
Francis Kelsey, la farmacóloga que realizó los experimentos, comprobó que el
elixir era muy tóxico para los mamíferos.
Massengill mandó un telegrama a
mil farmacéuticos, vendedores y médicos. Sin dar mayores aclaraciones, se
limitó a solicitar la devolución del producto. La FDA9 le aconsejó a la empresa
enviar un segundo telegrama, para aclarar que el elixir era un veneno
peligroso.
Indhira Janny Moya Cruz
Juan Daniel Aldana Rodriguez
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